A una semana del concierto del exbeatle Paul McCartney rememoramos su paso por el Estadio Nacional de Lima ante 43 mil espectadores, como parte de su gira “Got Back”.
Escribe: José Vadillo Vila
@vadillovila
Un morderse la cola. La última frase de la última canción
que grabaron Los Beatles, abrió y cerró el show de Paul McCartney en Lima: “And
in the end / the love you take / is equal to the love you make” (“Y al final,
el amor que recibes es igual al amor que das”).
El estribillo apareció, primero, en las pantallas laterales
con el icónico bajo Hofner en forma de violín explotando en multicolores,
anunciando así el inicio del show, que arrancaría a las 9:11 p.m., sin respetar
la hora inglesa, tal vez como un guiño a su público sudamericano o al
endemoniado tráfico limeño.
Y casi tres horas después, el estribillo haría bis, ahora en la
garganta del propio McCartney, que se despediría de Lima, coreado y aplaudido
por una multitud en la que se confundían las generaciones en desafío a los
estándares del marketing que pone edades a los oyentes, como si a la música no
le bastara solo con ser buena para romper las burocracias de las tendencias y
la radio comercial.
Aquel -todavía- acariciable domingo 27 de octubre, los
beatlemaniacos de hoy, ayer y anteayer se pusieron de acuerdo para que el
coloso José Díaz patee más lejos los balones perdidos y cierre con cinta
masking tape las derrotas del seleccionado nacional. Solo eran posibles las
alegrías y nostalgias que afiebraban la memoria auditiva gracias a la garganta
de sir Paul McCartney.
Fuerza vegetariana
Tras ver al músico zurdo más famoso del orbe, hay que
observar con distancia las diatribas contra la dieta vegetariana porque el
señor McCartney, quien pondera esta vida saludable, cantó sin sobresaltos más
de 35 canciones y a sus 82 años daba saltitos por las escaleras del escenario
para sentarse frente al piano o volver al centro del escenario.
El primer acorde de la noche se metió al público en el
bolsillo y elevó la temperatura del estadio limeño: el clásico beatle “A hard
day’s night” estaba tan vigente como hace sesenta años, cuando se estrenaban el
álbum y la cinta homónima. Vamos a tener una “fiesta”, anunciaría Paul para
lanzarse a un tema de su etapa solista “Junior’s farm”.
La presencia de un trío de vientos en Got Back, la nueva
gira del exbeatle, darían otra dimensión a temas como “Letting go”, donde la
triada de metales aparecería desde una de las tribunas del Estadio Nacional de
Lima. O “Got to get you into
my life”, “Lady Madonna”, “Sgt. Pepper's lonely hearts club band (reprise)” o
el vigoroso “Jet”, entre otros.
“Ya me quito, chaufa”
Las frases en español de McCartney serían las cerezas del
pastel. “Estoy muy feliz de estar acá de nuevo. Esta noche voy a hablar con mi
poquito español”, diría antes de elevarse con “Drive my car”, la legión
peregrina de beatlemaniacos corearía.
En cada estadio al cual ha aterrizado con esta parte de su
gira latinoamericana, McCartney ha adaptado las expresiones locales. En Lima,
donde se le había esperado por una década, se despediría con un “Ya me quito,
chaufa” y arderían los fuegos artificiales con el apoteósico “Live and let
die”.
McCartney recorrería parte de su amplísima discografía,
desde el primer tema que grabó con Los Beatles como The Quarrymen, “In spite of
all the danger” (1958), pasando por su etapa en The Wings, con éxitos como
“Band on the run” o “Let’em in”, hasta temas de su más reciente álbum en
solitario como “Come on to me”, del álbum Egypt station (2018).
Multiintrumentista y melódico
El estado de las cuerdas vocales de sir McCartney permanecen
en un muy buen nivel. Piezas melódicas como “My Valentine” o el gran
“Blackbird”, se lució como pez en el agua. Los años le jugarían en contra con
“Helter skelter”, considerada la primera canción punk, que exigía mucho a la
garganta del octogenario artista; o en “Being for the benefit of Mr. Kite!”.
Una de las grandes canciones esperadas de la noche fue “Now
and then”, lanzada el año pasado, y es la última canción grabada por Los Cuatro
Grandes de Liverpool gracias a las nuevas tecnologías. Ver a John, Paul, George
y Ringo en la pantalla principal mientras el músico inglés seguía la línea
melódica solo fue equiparable al dúo que se logró, también gracias a la
tecnología, con John Lennon secundándolo desde los londinenses techos de Apple
Corps. en “I’ve got a feeling”, pieza del álbum Let it be.
McCartney es un virtuoso multiinstrumentista que ha grabado
álbumes completamente solo. En el show de Lima, tomó la mandolina, la guitarra
acústica, la eléctrica, el piano, el piano eléctrico. Con el ukelele empezó su
versión de “Something”, que luego creció a los arreglos originales de The
Beatles.
Por más de veinte años tiene una banda sólida que lo secunda en las giras con Wix Wickens en los teclados, Rusty Anderson en la primera guitarra, Brian Ray en la guitarra y Abe Laboriel Jr. en la batería. Todos colaborando en los coros.
No importaba que, fuera del José Díaz, Lima siguiera siendo
su ritmo, o que al día siguiente -lunes- todos deberíamos de volver al trabajo:
el Estadio Nacional de Lima se rendía a los pies de una megaestrella pop.
“Hey Jude” se elevó en el unísono con las voces del respetable a capella. El recinto deportivo limeño era un viaje en el tiempo, a la histeria de la beatlemanía.
Había abuelos, hijos y nietos en el público. Peruanos de
todos lados y extranjeros. Mauricio llegó abrazado a su bandera acompañando a
su hija veinteañera, fanática de los cuatro melenudos de Liverpool. Había niños
que conocían de memoria las canciones clásicas de Los Beatles que del Paul
solista. Banderas de El Salvador, Colombia, Bolivia, Ecuador, y las luces de
los celulares en blanquirojo, se combinaban.
Cuando interpretó “Birthday”, del Álbum blanco, ya el final se acercaba. Hubo una propuesta de matrimonio que sir Paul supo bendecir en escena y la puntada final sería con ese pequeño potpurrí que coronó el álbum Abbey Road: “Golden slumbers”, “Carry that weight”, “The end”. Paul se despidió y dejó su buena vibra y mejor música. Un beatle había por tercera vez a Lima y fuimos testigos y acólitos, por unas horas. La beatlemanía vive.
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