Escribe: José Vadillo Vila
A grandes rasgos, la narrativa peruana comercial de los últimos años escrita por autoras tiene por común denominador -sin hacer juicios de la calidad individual de cada artefacto literario- la exploración del mundo subjetivo de sus protagonistas.
Magnolia Pinedo (Áncash, 1972) busca su propio camino en el realismo urbano, siguiendo la tradición de Reynoso y Ribeyro. Y hace guiños al realismo sucio.
En su libro de cuentos Puñetazos demuestra el manejo eficaz narrativo en el espacio corto. Tal vez sea un eco a su labor como comunicadora. Por eso, es saludable la aparición de una segunda edición de su libro, a dos años de la primera, que cosechó buenas críticas.
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De las dieciséis historias de Puñetazos, más de la mitad son historias con espacios muy bien definidos; con personajes que logran vida propia en pocas líneas, que perturban o enternecen en medio de sus propias turbulencias humanas (físicas, sociales, psicológicas).
El escenario, en general, es la capital Lima. Pinedo fija la mirada en las barriadas. Pero esta «otra ciudad», ajena a los espacios turísticos, no remite a San Juan de Lurigancho, Comas o San Martín de Porres. Las barriadas de la ficción de Pinedo tienen más cercanía con los distritos del oeste de la capital, como Magdalena o San Miguel.
La narradora conoce los códigos del barrio limeño, del arte de sobrevivir («Cielo rojo», «Un don nadie en el invierno»). En estas versiones de los espacios empobrecidos trabajo sobre lo sórdido, la lucha por las libertades y la afirmación de las identidades («Canallitas», «Quinceañera»); el humor negro («Mancini»; «Hasta que la muerte nos separe»), las migraciones y dualidades («Estoy de vuelta, Daniel»), los amores pueden ser intoxicados («Aliento de chamán»).
Las mencionadas, son de las mejores historias del conjunto.
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Decía que Magnolia Pinedo abraza el realismo sucio y los espacios empobrecidos. Pero a diferencia de sus pares varones, en sus textos la violencia no significa ríos de sangre que enjuagan las páginas ni una concatenación de groserías para demostrar ser más salvajes. En sus páginas se puede oler esa ciudad al margen. Pero aquí, el gran conector no es el racismo ni el color de piel.
Su atributo es la mirada. En estos escenarios desangelados muchos de los protagonistas son mujeres. Es otra sensibilidad y otra mirada en juego.
Sin embargo, su narrativa pierde eficacia cuando, paradójicamente, sus protagonistas se alejan de los escenarios de marginalidad («Cordón umbilical») o los personajes intentan dar lecciones («1, 2, 3…», «Luna», «Bocas santas»).
Reitero, Pinedo es una narradora interesante. Un dato: acaba de ser declarada finalista del Premio de Novela Julio Ramón Ribeyro 2025. Habrá que buscar en los próximos meses en librerías su novela El amor que me debía y ser testigos de los siguientes pasos de su narrativa.
10 de agosto de 2025
Ficha técnica:
Pinedo, Magnolia. Puñetazos. Lima, Åcademia Antártica, 2025. Pp. 124.
(*) José Vadillo Vila es periodista, escritor y cantautor. Ha publicado los libros Historias a babor (2003), Hábitos insanos (2013), Apus musicales (2018), El largo aliento de las historias apócrifas (2022) y Mostros (2024). Como cantautor tiene los álbumes Elemental (2002) y Primera parada (2016). Fue editor del Diario Oficial El Peruano y director del Gran Teatro Nacional.
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