«Islas perdidas», de Jorge Valenzuela Garcés, no es una mirada médica ni punible sobre el suicidio. A través de este ensayo literario dividido en 154 fragmentos el autor busca comprender a escritores y personajes que se autoeliminan.
Escribe: José Vadillo Vila (*)
1.
En Islas perdidas, Jorge Valenzuela Garcés (Lima, 1962)
aborda este tema fascinante, inagotable, que es el darle fin a la propia
existencia.
La lista de autores que tomaron el camino sin retorno es larga y sinuosa: Pessoa, Pizarnik, Woolf, Salgari, Levi, Benjamin, Maiakoviski, Arenas y Rokha, verbigracia.
Valenzuela opta por una estructura fragmentaria. Su ensayo está conformado por párrafos cortos que funcionan como cubos. Son unidades numeradas del 1 al 154, que se van conectando, ampliando, fagocitando entre sí.
Este tipo de estructura, Valenzuela Garcés ya la había utilizado en Un mundo precario. Ensayo sobre la obra y la escritura de Franz Kafka, que le valió el Premio Copé de Oro de la VIII Bienal de Ensayo 2022.
La estructura fragmentaria de Islas perdidas permite al autor discurrir sobre el suicidio de autores y personajes sin agotarse rápidamente, creando vasos comunicantes.
Lo hace con tono sereno, cambiando de punto de vista para invitar al lector a observar la autoeliminación de escritores y personajes, de forma distinta, a partir de hechos descritos.
2.
Como un rumor avinagrado con sus aguas empantanadas, el tema
del suicidio es un río subterráneo presente en la literatura universal.
La autotanasia, como
destino o determinación, va más allá de la ficción. Desde Séneca y Yokasta
-paradigmas de autor y de personaje, respectivamente-, el suicidio está
presente con su guillotina oxidada, con su musiquilla salvaje.
Surgen muchas interrogantes tras la lectura del libro. ¿Hay estereotipos sobre el suicidio?, ¿cuál es la función de la literatura frente a este acto para muchos infame?, ¿debe difundir, castigar, abrazar o es función de la literatura solo poner en evidencia el suicidio como herramienta humana frente a determinadas e irremediables y agobiantes circunstancias? Finalmente, ¿suicidarse es un acto de cobardes o de valientes?
3.
En el caso de los escritores, la autoeliminación tiene
varias causas y no solo responde a la urgencia impostergable de finiquitar las
diversas dolencias (como el narrador Jack London, quien buscó con su propio
final suprimir el dolor físico).
Existe el suicidio como acto asociado a la lealtad. Está en la tradición oriental (o es lo que hemos aprendido gracias a la literatura japonesa del siglo XX, por ejemplo). Los personajes suicidas de Yukio Mishima comparten esta «virtud», me permito las comillas. Las autoeliminaciones de escritores japoneses como Akutagawa o Kawabata, comparten esa aura de dignidad.
Otro grupo de suicidios están más ligados al ego del artista y sus búsquedas estéticas truncadas. «La novela se ha convertido en una idea tan grande que me da pánico», escribió Silvia Plath, con su historia de cuadros de depresiones e intentos de suicidios.
Posiblemente, como sostiene Valenzuela, este sea el factor
que llevó a la autotanasia al escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien
no logró remontar el éxito literario de El viejo y el mar (aunque conocemos
del cuadro hereditario suicida que ha perseguido a su familia).
Es interesante aquel autor que toma el suicidio porque siente que las palabras -elementos constitutivos para la creación literaria- ya no se «cargan» con la «elocuencia» de la realidad. Entonces, la vida se vuelve un sinsentido para el creador.
En la entrada referida a «Werther», de Goethe, se impone la idea que poco importa la inteligencia cuando «la pasión se agita» «y uno está confinado por los límites de lo humano», explica «Werther» a su amigo «Albert».
El suicidio del escritor John Kennedy Toole habla de otro ángulo del martirio artístico: está ligado a la industria editorial, como una asesina de potenciales artistas. Esta industria, con sus múltiples rechazos al manuscrito de La conjura de los necios -que paradójicamente, con su publicación en forma póstuma, se convirtió en la novela norteamericana de culto del siglo XX- simboliza lo más sórdido de la industria editorial: el negar en forma sistemática el espacio a un escritor talentoso pero marginal, que se escala de los cánones editoriales comerciales. (Sucede mucho, aunque todavía no hay un estudio de los cuadros depresivos y suicidas que provocan las negativas editoriales a escala mundial). Claro, no todos tienen el talento de John Kennedy Toole ni todos los países gozan del tamaño de la industria editorial norteamericana.
Muchas veces, el escritor que se suicida, como ejemplifica
Valenzuela en su ensayo, se percibe como parte de un andamiaje social mayor, al
cual debe de dar respuestas desde su condición de intelectual. Y fracasa.
Reiteradamente, fracasa.
Tal es el caso de las angustias que llevan a apretar el gatillo a nuestro José María Arguedas. Ese supuesto «deber ser» con la comunidad de la que forma parte tiene un peso que lo frustra y ahoga en su propia existencia.
Arguedas es el autor que vuelve reiteradamente en este ensayo hecho de fragmentos. Valenzuela lo pone bajo distintos prismas de análisis. Ese gigante tierno que intenta varias veces, y que finalmente logró matarse, es el hilo conductor de Islas perdidas por todo lo que escribió previamente en sus diarios y relacionó con su labor literaria.
Su angustia es la de un país que ha dejado de entender, y que avizora será más complejo. ¿Fue lo mejor que Arguedas se haya convertido en sombra cuando necesitábamos su luz?
Coda
Por momentos, Islas perdidas se vuelve una lectura angustiante.
Me gusta que no sea
un texto que ataca el por qué del suicidio (literario y real). No juzga esta
fragilidad o grandeza. No va tras respuestas médicas, sino estéticas, ligada a
lo humano, al arte y sus creadores.
Son 154 fragmentos que se comunican, se redundan, avanzan, retroceden, tratando de mirar el hecho del suicidio desde distintos ángulos.
Valenzuela Garcés, finalmente, habla de la materia escrita y sus artífices. Y el libro ofrece una aproximación a la escritura, como forma de aferrarse a la vida para unos, o aquella sustancia que ya no puede llenarse cuando todo naufraga una y otra vez, y no existe más futuro. Y lo más honroso es el «seppuku».
Me «enternece» -palabra que no se usa en los comentarios ni crítica de libros- que la dedicatoria y el exordio del libro de Valenzuela hablen de la necesidad del amor; de persistir en la vida pese a las adversidades.
Creo que exponiendo a autores y personajes suicidas, Jorge Valenzuela lo que busca es razones para entender su propia literatura, su vida y alejar la tentación que nos da el desasosiego, más sobre las almas sensibles y llenas de urgencias como son los artistas y escritores.
«Me despido rompiendo la pluma», escribió Emilio Salgari antes de suicidarse arruinado por las deudas. Esperemos aún no abrir ese último cajón, escondido en el armario de una habitación olvidada.
7 de septiembre de 2025
Publicado en: https://guik.pe/opinion-anotaciones-frente-al-escritor-que-se-suicida/
FICHA TÉCNICA:
Valenzuela Garcés, Jorge. Islas perdidas. Ensayo sobre el
escritor suicida y los suicidas de ficción (Lima, Alastor Editores, 2025). Pp.
142.
(*) José Vadillo Vila es periodista, escritor y cantautor.
Ha publicado los libros Historias a babor (2003), Hábitos insanos (2013), Apus
musicales. Héroes de la canción andina peruana Vol. 1 (2018), El largo aliento
de las historias apócrifas (2022) y Mostros (2024). Como cantautor tiene
publicados los álbumes Elemental (2002) y Primera parada (2016). Fue redactor y
editor en el Diario Oficial El Peruano y director del Gran Teatro Nacional.
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