En la cuadra tres de Pizarro, en el Rímac, la música peruana se dio cita cada domingo para afinar la peruanidad. Texto y fotos: José Vadillo Vila En esta casa no hay crucifijos. Aquí la fe está depositada en el hombre. Hace 18 años que en el pilar de la puerta un búho de marfil ha hecho su nido. Sugiere que en este hogar rimense de la cuadra tres de la avenida Pizarro se refugian la inteligencia, la creatividad y la camaradería, dándoles cornadas al verso fácil y la melodía estéril. Como un santo patrón agnóstico, lapicero en mano, Manuel Acosta Ojeda (1930-2015) sonríe desde su eterna humanidad de polvo de estrellas y desde el lienzo pasa lista a cada uno de los que llegan. Guitarristas, cantores, poetas, intelectuales, caricaturistas, cineastas, público de buena oreja, amén de algún periodista. El retrato del compositor de “Cariño” está honrado con dos floreros de mulitas de pisco y reposa sobre un piano de media cola, en afinada armonía. Así da la bienvenida a “Saycopón”, como el
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