A un año de la partida de Eloy Jáuregui, considerado el mejor cronista del Perú, sus amigos editan un libro colectivo que nos acerca a su figura. (*)
Escribe: José Vadillo Vila
Espíritu bebible
Un fantasma fogoso descorcha cada tarde una botella de vino tinto en solitario. Se sienta a esperar a los amigos con una media res de un pisco de casa, un lapicero y un bloc, en su mesa favorita de la bodega Queirolo, en la esquina de Camaná y Quilca, un revés refrescante en el caótico Centro de Lima. Otras veces, pide “tres horas de cerveza”, para que la garganta no se canse.
“Sólo los imbéciles no tienen bares en su memoria ni en sus ternuras”, pontificaba Eloy Jáuregui (1953-2024). El Perú es Lima, Lima es El Queirolo, y el bar con apellido italiano era el púlpito donde oficiaba de vicario de voz estruendosa. Poeta, al fin y al cabo, era acólito de “la sabiduría del codo” y hacía gozar a su auditorio con un anecdotario ingenioso donde lo verdadero y lo imaginario se amalgamaban.
“Nos vemos en mi oficina”. Dictaba a los estudiantes de periodismo las coordenadas del bar del cual fue su más conspicuo visitante desde la década de los setenta. Oscar Queirolo, uno de los dueños de este “antro de las transfiguraciones”, lo recuerda como el imberbe integrante de Hora Zero. Y el único del movimiento poético que continuó visitándolos puntualmente, como un oficinista responsable, hasta que el covid-19 lo dejó sobre la lona.
La pandemia casi se lo lleva por su obsesiva búsqueda de testimonios para su siguiente crónica memorable. Visitó hospitales donde la gente se moría al por mayor. No sabía que su organismo, inclinado a los placeres de la nocturnidad, era altamente vulnerable. Y el coronavirus le dejó secuelas graves. Sus amigos concuerdan que ya no era él mismo. Había perdido la luminosidad, ese apetito omnívoro por recorrer, sorprenderse y comprender Lima, magma de su escritura.
Despedida con rumba
A la entrada del llamado “salón Hora Zero”, en el Queirolo,
en enero se develó un retrato suyo de casi un metro de alto. Lo cubrieron con
una lliclla (manta) ayacuchana, pues aunque devoto de la salsa dura, era arguediano:
un todas-las-sangres que coreaba a Flor Pucarina, Picaflor de los Andes, Los
Shapis y Chacalón.
En enero del 2024, asistieron a su velatorio en el Colegio de Periodistas de Lima (CPL), familiares, periodistas de distintas generaciones, políticos, sociólogos, músicos, poetas, chicas de la vida alegre y vecinos de Chicago Chico. Dicen que el bailongo con salsa, bolero y cumbia se extendió toda la noche a pedido del difunto. Fue un velorio sin lágrimas.
Moldeado a letras
A los días, los periodistas Edwin Sarmiento y Fernando Obregón Rossi juraron editar una revista-homenaje para dejar constancia “de lo valioso que había sido Eloy Jáuregui”, cuyos escritos ya habían sido reunidos en varios libros. Afinaron el proyecto y nació Eloy Jáuregui. El libro de los amigos, volumen de 177 páginas que reúne 16 textos personales, una entrevista y un poema.
Los textos transpiran amistad y permiten comprender mejor al poeta, lingüista, periodista, bloguero, trotador de submundos y profesor universitario. El chef Gastón Acurio, otro incondicional del carismático profeta del periodismo narrativo, corrió con los gastos de la impresión.
En el libro, Justo Linares lanza una hipótesis: la escritura de Eloy, donde hacen simbiosis de la alta cultura y el lenguaje popular, responde a que fue ciudadano de las luces y sombras de Surquillo, donde se formó como hombre, lector y bohemio.
Del enfant terrible de las redacciones de diarios y revistas (trabajó en casi todas), Umberto Jara señala que estamos ante un cronista mayor “porque supo retratar a un país muy complejo de entender”. Tito Hurtado Oviedo -otro gran prosista amamantado en las redacciones limeñas- apunta que fue “un artista de la narración de partidos de fútbol”, en su época en el Diario de Marka. Para Sonaly Tuesta será siempre el editor del desaparecido diario El Mundo que le dio la oportunidad y le enseñó los secretos de la literatura de no ficción. “La crónica le devuelve a los usuarios el placer de leer buenas historias que son contadas con genio y gracia”, definió Eloy en Una pasión crónica. Tratado de periodismo literario (2018).
De la bohemia que profesaba, habla mejor Mario Vallejo, contando sobre “sordilandia”, un departamento-antro donde fueron excesivos y felices una patota capitaneada por el cronista limeño. En las mismas coordenadas, Maynor Freyre lo recuerda en el bar El Canchón siempre ocurrente. Y había un Eloy también buen cevichero.
Jáuregui juraba que en los bares aprendió más que en las universidades. El desaparecido periodista Víctor Patiño recordaba de Eloy “su prosa llena de imágenes”, que en bares y huariques hablaba de filosofía, literatura y música.
El poeta Miguel Silvestre lo define como “un erudito y un jodido vacilador”. Eloy escribió en un perfil memorable sobre el cantante Daniel Santos, incluido en su insuperable libro Usted es la culpable (2004), que “en el juego de la vida el gozo es binario”. Su última pareja, Marysabel Cuzma, suma al retrato colectivo una mirada tierna y dura de los últimos meses del prosista.
Ahora sus manuscritos inéditos reposan en la computadora que salvaguardan sus tres hijos. Decidirán el futuro de los textos del mejor cronista peruano de lo que va del siglo XXI. Salud, maestro.
Datos:
Eloy Jáuregui. El libro de los amigos se presentará este año en las facultades de Comunicación de universidades de Lima y provincias.
El libro se vende en la Librería del Centro (Camaná con Quilca, al frente del Queirolo, Lima).
(*) Publicado en la revista Círculo de lectores, año 2, número 9, febrero del 2025.
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