Escribe: José Vadillo Vila
José Watanabe Varas (1945-2007) es –siempre en presente– de esos extraños poetas únicos, auténticos, que cuando uno los lee por vez primera siente que pisa tierra firme en novo mundo. Y al releerlo, tenemos la sospecha que se corporiza para susurrarnos la humanidad, la palabra emocionada, en el oído menos artificial.
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Dicen los registros médicos que fue miércoles antes del mediodía, aquel 25 de abril del 2007, cuando el escritor –hijo de un inmigrante japonés budista que retocaba cristos y una campesina moche devota de la Virgen de la Puerta de Otuzco– falleció en una cama del Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas como consecuencia del cáncer de garganta. No era la primera vez que le disputaba cartas a la muerte: en 1986 sobrevivió al cáncer al pulmón en Alemania. Dijo que la poesía lo había educado a morir en paz.
Él también, como lo había anunciado un verso de su libro Álbum de familia (1971), se murió “con una modestia conmovedora”. Mi cuerpo no es mucho. Soy / una palada de órganos enterrados en la arena/ y los bordes imperceptibles de mi carne/ no están muy lejos. (‘El lenguado’).
Modestia porque Watanabe y su palabra se habían hecho vitales en muchas aristas de la vida cultural del país. De este nikkei peruano, que se consideraba “un ateo con pudor”, sus amigos destacaban su sencillez y timidez, un buen humor y una fobia a las poses literarias. También un detallista que tomaba las cosas con calma.
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Para el gran público, aquel que no es asiduo de estanterías de bibliotecas ni librerías, Watanabe o ‘Wata’, como lo llamaban sus cercanos, era el nombre que aparece en los créditos de los guiones de largometrajes peruanos como La ciudad y los perros, Alias La Gringa o Maruja en el infierno, aunque se cuenta que jamás estuvo totalmente satisfecho con este papel.
Había una relación muy cercana de Watanabe con los medios audiovisuales (fue dos veces gerente de televisión en IRTP) y siempre estuvo muy informado por las noticias. Fue también director de arte y escenógrafo.
En el teatro, junto al grupo Yuyachkani, el poeta nacido en Laredo (La Libertad) había hecho una adaptación de Antígona, clásico de Sófocles, que se estrenó en el 2000. Uno de sus últimos trabajos fue escribir las letras del disco Pez de fango, del roquero Rafo Ráez. Hay ahí un Watanabe que sobre todo juega en esas 11 melodías, que van de La casa de la mariposa a Rocinante en el hipódromo.
Otro espacio importante en este poeta de la contemplación es su faceta como autor de textos para niños. Es que con la literatura infantil no se juega. Bellos libros ilustrados. Releo con mis hijos Perro pintor y sus elefantes azules o Leoncio y el doctor veterinario o Un perro muy raro, joyas perdurables para formar nuevos lectores.
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Nuestros poetas más destacados, digo Vallejo, digo Watanabe, vienen de realidades donde el libro es más una excepción, pero fueron espacios privilegiados para ser testigos y observar el mundo, paisajes y hombres provincianos entonces marcados por las costumbres y el catolicismo.
Watanabe se crió hasta adolescente en la hacienda Laredo. Su padre, Harumi, había migrado desde el Japón, en 1912, y la suerte de la familia cambiaría cuando el padre gana la famosa lotería de Lima y Callao y los Watanabe Varas pueden mudarse a Trujillo, y pasaron, como recordará, de la leña a las hornillas a gas.
En la capital liberteña estudiaría la secundaria en el colegio San Juan, donde alguna vez dictó clases César Vallejo. Ahí publicó sus dos primeros poemas y formó un círculo literario que invitó al crítico Alberto Escobar, quien gustoso aceptó la invitación de los jovencitos trujillanos. Watanabe creía que con ese gesto de Escobar se consolidó su vocación literaria. Ya en Lima, estudiaría Arquitectura pero solo dos años. Su carrera literaria y de guionista lo hizo a pulso.
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Estamos ante un hombre con oficio de poeta, labor que José Watanabe cultivó durante 35 años y que él asociaba con ser “testigo de lo efímero”. Ese concepto quedó plasmado en el título de la antología de sus cuatro primeros libros, El guardián del hielo (2000), que apareció en Colombia a inicios del siglo, editado por la poeta Piedad Bonnet.
La poesía, también, es “la belleza que uno ve entre la niebla cotidiana”, dijo en una entrevista sobre Banderas detrás de la niebla (2006), su último poemario, y el primero en el que reflexionó sobre la poesía.
Watanabe, quien se ufanaba de escribir siempre de noche y en casa, perteneció generacionalmente a los poetas surgidos en los años setenta, pero a diferencia de los Hora Zero, el poeta norteño huía de la violencia, inclusive de la simbólica y jamás buscó ser un parricida literario. “Todo poeta reúne una tradición, en ese sentido todos son válidos aun por oposición”, respondió en una entrevista.
Sobre sus versos, que buscaban la economía de la palabra y lo contenido, el crítico Darío Jaramillo Agudelo apuntó que Watanabe “no es autor de haikus, pero sí está inmerso en su espíritu”.
Su poesía tocaba las fibras íntimas, conectándose con el público sin pasaportes. Algunos fueron sumamente dolorosos, confesó, “pero los asumía como una sesión terapéutica”. Escribir, ese ejercicio que asumía como sentarse a la orilla a pescar cuidadosamente el paso de la palabra, a veces lo dejaba muy alterado en medio de la noche y debía de tomarse un calmante. Pero al día siguiente ya se sentía bien.
En España, la mayoría de quienes compraron su libro La piedra alada, por ejemplo, eran jóvenes; tal vez por esa poesía del cuerpo, que, sin buscarlo, fue desarrollando, tan sensorial y universal. En Lima, entonces y hoy más atenta al reality show que a la palabra estética y reflexiva, se intimidó cuando el público asistió masivamente, en noviembre del 2005, a la presentación del mencionado poemario en el centro cultural de España.
Watanabe, como lo predijo, vivirá en su poesía. Escribo con una pregunta obsesiva en las orejas:/ ¿Es esta la palabra exacta o es el amague de otra/ que viene/ no más bella sino más especular?
Datos:
Por su primer poemario, Álbum de familia, recibió el premio Poeta Joven del Perú en 1971 (compartido con Antonio Cillóniz).
Su antología, Elogio del refinamiento (1971-2003), fue elegida entre los mejores libros editados en España en el 2003 por el diario El País.
La piedra alada (2005) fue durante seis meses el poemario más vendido en ese país. Su edición peruana, del sello Peisa, incluía un CD con los poemas leídos por el propio Watanabe.
Antologías de su obra han aparecido en España, México, Colombia, Venezuela e Inglaterra.
Cifra:
7 poemarios y 10 libros para niños publicó José Watanabe Varas.
Publicado el domingo 1 de mayo del 2022, en el Diario Oficial El Peruano.
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