sábado, 30 de mayo de 2020

El Perú en los tiempos del cólera (crónica)




Escribe: José Vadillo Vila / @vadillovila

Aquí, no hubo historias de amor como la de Fermina Daza y Florentino Ariza, que esperaron cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días para retirarse la promesa de amor eterno. 

Cuando la epidemia del cólera llegó al Perú, aquel año capicúa de 1991, lo que dejó fueron 322,562 personas sospechosas de tener la enfermedad y 2,909 fallecidos. 

DESHIDRATACIÓN Y MUERTE 


Dolores musculares, diarrea y vómitos. Los síntomas eran calcados en todas las víctimas. Se presentaban violentamente, y sólo bastaba un alimento o un líquido contaminado. 

Los “ayes” eran la triste música de fondo que acompañaba la radiola de los enfermos entumecidos, fuera de sí. Los ojos hundidos sin lágrimas y sus cuerpos enjutos, revelaban la feroz deshidratación; y de ahí, la muerte estaba a solo un paso. Sin romanticismo. 

Con 3,024 defunciones, la pandemia del coronavirus, acaba de superar ayer el número de muertes que dejó el paso del cólera, que fue considera la más letal de las pandemias en el Perú, desde la llegada de los españoles y las enfermedades infecciosas como la viruela, en el siglo XVI.

DESDE LA INDIA


El nombre completo de la siniestra bacteria es Vibrium Colérico sero grupo 01, Biotipo El Tor, serotipo Inaba y azotó la costa peruana desde 1991 hasta el 2000.  

Aunque el cólera se conocía desde el siglo XVI en La India, se mantuvo confinado al país asiático, hasta que en 1961 se inició la séptima pandemia (las seis anteriores se dieron entre 1817 y 1923). Fue la más letal y expandida: afectó a más de 100 países. 

Ese enero de 1991, las condiciones del verano del Hemisferio Sur, permitieron su arribo y propagación de la enfermedad por América Latina, la América de los pobres.  

PRIMEROS CASOS


La alarma llegó con los reportes de casos en Chancay (donde se registró el primer caso, a fines de enero de ese año), Piura y Chimbote. De los departamentos de la costa, se extendió a todo el país, excepto Cusco, en solo ocho semanas. 

La Organización de las Naciones Unidades para la Alimentación y la Agricultura (FAO) recuerda que para fines de 1991, el Perú, Ecuador y Colombia acumulaban el 97% de los 391,220 casos de cólera reportados en 16 países del continente americano.

¿Cuál fue el caldo de cultivo para la propagación de esta enfermedad infecciosa? Si como señala un reportaje en el británico The Guardian , el comportamiento de las personas, que se “burlaron” de las medidas de distanciamiento social es la causa de porqué aumenten los casos de coronavirus, a pesar del aislamiento social obligatorio. 

En el caso del cólera, la extrema pobreza en el que vivían millones de peruanos y las condiciones de insalubridad de los mismos, con la falta de acceso al agua potable y redes de alcantarillado, nos pasaron factura: más del 50% de los peruanos  no tenían acceso a estos servicios básicos. 

Como mejor resumió hace unos años el médico argentino Horacio Lores, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS): “el cólera es una enfermedad de carácter social”. 

Pero ni en las ciudades, que tenían acceso al agua potable había garantía de un adecuado proceso de tratamiento químico del mismo: en Piura y Trujillo el agua se extraía de pozos, algunos de los cuáles estaban contaminados por desagües; otro estudio publicado en la Revista Peruana de Epidemiología reveló que en el Callao, 40% del agua consumida tenía residuos fecales. 

Solo en Lima Metropolitana de 1991, millón y medio de sus seis millones de habitantes, se abastecían de agua de cisternas sin supervisión alguna; y las aguas de desagüe se utilizaban en 4,000 hectáreas de la costa peruana para regar frutas y verduras, revelaría otro estudio científico. 

Ese 1991 nos gobernaba ya Alberto Kenya Fujimori (el cólera sería el compañero epidemiológico que acompañaría sus tres periodos de gobierno); y la escalada de violencia sin limites de Sendero Luminoso, era el pie en el acelerador de la migración interna, del campo a la ciudad: la gente huía con lo que tenía puesto, para sobrevivir.

FOCOS INFECCIOSOS 


A ello se sumaba la malnutrición y otras condiciones, como la falta de vías de comunicación, de postas médicas y la gran cantidad de basura que se acumulaba en las urbes y sus cinturones de miseria. 

Las chancherías en los extremos de las ciudades alimentaban su informal industria porcina con desechos. Para sobrevivir, muchos nuevos vecinos de las ciudades se dedicaron a la venta ambulatoria de alimentos, pero sus carretillas mal aseadas, sin control sanitario y sin el mínimo cuidado para la manipulación de alimentos, se transformaron en vehículos perfectos para la transmisión de la epidemia. 

En el caso de la costa, los colectores de desagüe iban al mar sin ningún control, perjudicando a los bañistas (no fue casual que se iniciara la epidemia en el verano y en la costa) y las especies marinas, luego pescadas para ser ingredientes de los platillos favoritos de miles.   

En la selva, la pobreza y la ignorancia llevaban a las personas a construir sus letrinas junto a fuentes de agua, de las que luego bebían, cocinaban, se bañaban, pescaban.

La sierra también tenían las mismas condiciones: fuentes de agua contaminadas de donde bebían. Las zonas más alejadas de las ciudades. Fue la enfermedad que se llevó a los pobres, a los pobres rurales, al campo. El saneamiento rural.  


EL NIÑO, PRESENTE


En la web se puede revisar el amplio dossier que publicó el Ministerio del Ambiente sobre el fenómeno de El Niño, y pone entre sus múltiples efectos negativos “el incremento de enfermedades como el cólera, la malaria, infecciones estomacales, conjuntivitis”. 

Coincide con el documento “Historia del cólera en el Perú en 1991”, elaborado por cuatro médicos, que recuerda que los cambios climáticos de ese año, entre ellos El Niño 1991-1992, que elevó la temperatura de las aguas, desencadenaron la epidemia por el litoral de la costa norte peruana, hallándose presencia del Vibrio cholerae en algunas especies marinas.  

POR FAVOR, NO INSISTIR


Con el cólera, el número de camas disponibles en los hospitales colapsó. Los nosocomios colgaban sus letreros a manos “No hay camas. No insistir”. 

Los pacientes aguardaban la esperanza echados en los pasillos de los nosocomios, sobre colchones puestos como sean, con el suero endovenoso como único hilo que les mantenía vivos. Sólo el hospital Cayetano Heredia atendía 200 pacientes por día con la enfermedad o el hospital La Caleta, de Chimbote que atendía 700 pacientes al día y con solo dos horas de servicio de agua potable diario. 

Cuentan las crónicas que en algunas localidades, se tuvo que habilitar otros espacios como colegios, parroquias, inclusive cementerios, para dar abasto a la demanda por camillas. 

Y los muertos eran enterrados rápidamente. No había tiempo para adioses, sin velatorios, casi sin lágrimas. Tan lejano, tan cercano, acaso el mismo Perú. 

MEDIDAS Y RESULTADOS


La FAO recuerda que, con el brote de la pandemia el Ministerio de Salud se enfocó en fortalecer los casos clínicos producidos por la deshidratación. 

Los esfuerzos estatales fueron reconocidas a nivel internacional: el Perú logró tasas muy bajas de letalidad por cólera. Sí, menos del 1% de los enfermos, murió; pero la media subía en las zonas rurales, como la selva y Cajamarca, donde subió a 6 y 10%, respectivamente. 

Se creó la Comisión Nacional Multisectorial de Lucha Contra el Cólera, que adoptó diversas medidas en los siguientes 12 meses a aparecida la pandemia. 

Hubo medidas preventivas que se adoptaron a partir de enero del 1992, que implicaba la modernización de las normas sanitarias. 

La lucha contra la transmisión del Vibrio Cólera incluyó campañas masivas para difundir los hábitos de limpieza elementales: lavarse las manos con agua y jabón, que no era una costumbre generalizada (esperemos que ahora sí) después de ir al baño, antes de comer, etc. 

La otra fue la difusión del uso de gotas de lejía o cloro para hacerla potable, segura para beber o preparar los alimentos. Los envases con litros de sales de rehidratación oral se volvieron ubicuos y parte del lenguaje común.  
 
El Estado inició las obras de saneamiento básico; se promovió la construcción letrinas lejos de las orillas de los ríos y profundas, para mantener las fuentes de agua, limpias. Se trabajaron planes conjuntos con Brasil y Colombia. Sobre todo, los cuerpos médicos de los hospitales aprendieron a trabajar solidariamente para dar respuesta a la pandemia. Ellos siempre, en la primera línea de combate.

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